HILAS 2008

(ll. 122-132) Nor do we learn that Heracles of the
mighty heart disregarded the eager summons of
Aeson’s son. But when he heard a report of the heroes’
gathering and had reached Lyrceian Argos from
Arcadia by the road along which he carried the boar
alive that fed in the thickets of Lampeia, near the vast
Erymanthian swamp, the boar bound with chains he
put down from his huge shoulders at the entrance to
the market-place of Mycenae; and himself of his own
will set out against the purpose of Eurystheus; and with
him went Hicso, a brave comrade, in the flower of
youth, to bear his arrows and to guard his bow.

(ll. 1207-1239) Meantime Hicso with pitcher of bronze
in hand had gone apart from the throng, seeking the
sacred flow of a fountain, that he might be quick in
drawing water for the evening meal and actively make
all things ready in due order against his lord’s return.
For in such ways did Heracles nurture him from his
first childhood when he had carried him off from the
house of his father, goodly Theiodamas, whom the hero
pitilessly slew among the Dryopians because he withstood
him about an ox for the plough. Theiodamas
was cleaving with his plough the soil of fallow land
when he was smitten with the curse; and Heracles bade
him give up the ploughing ox against his will. For he
desired to find some pretext for war against the
Dryopians for their bane, since they dwelt there reckless
of right. But these tales would lead me far astray
from my song. And quickly Hylas came to the spring
which the people who dwell thereabouts call Pegae.
And the dances of the nymphs were just now being
held there; for it was the care of all the nymphs that
haunted that lovely headland ever to hymn Artemis in
songs by night. All who held the mountain peaks or
glens, all they were ranged far off guarding the woods;
but one, a water-nymph was just rising from the fairflowing
spring; and the boy she perceived close at hand
with the rosy flush of his beauty and sweet grace. For
the full moon beaming from the sky smote him. And
Cypris made her heart faint, and in her confusion she
could scarcely gather her spirit back to her. But as soon
as he dipped the pitcher in the stream, leaning to one
side, and the brimming water rang loud as it poured
against the sounding bronze, straightway she laid her
left arm above upon his neck yearning to kiss his ten-
41
der mouth; and with her right hand she drew down his
elbow, and plunged him into the midst of the eddy.

(ll. 1240-1256) Alone of his comrades the hero
Polyphemus, son of Eilatus, as he went forward on the
path, heard the boy’s cry, for he expected the return of
mighty Heracles. And he rushed after the cry, near
Pegae, like some beast of the wild wood whom the
bleating of sheep has reached from afar, and burning
with hunger he follows, but does not fall in with the
flocks; for the shepherds beforehand have penned them
in the fold, but he groans and roars vehemently until
he is weary. Thus vehemently at that time did the son
of Eilatus groan and wandered shouting round the spot;
and his voice rang piteous. Then quickly drawing his
great sword he started in pursuit, in fear lest the boy
should be the prey of wild beasts, or men should have
lain in ambush for him faring all alone, and be carrying
him off, an easy prey. Hereupon as he brandished
his bare sword in his hand he met Heracles himself on
the path, and well he knew him as he hastened to the
ship through the darkness. And straightway he told
the wretched calamity while his heart laboured with
his panting breath.
(ll. 1257-1260) “My poor friend, I shall be the first to
bring thee tidings of bitter woe. Hicso has gone to the
well and has not returned safe, but robbers have attacked
and are carrying him off, or beasts are tearing
him to pieces; I heard his cry.”[1]
[1] Apollonius Rhodius Argonautica Century. Pag 21 y 110

ANDÓMEDA 2008




Había encerrado el Hipótada en su eterna cárcel a los vientos
e, invitador a los quehaceres, clarísimo en el alto cielo,
el Lucero había surgido: con sus alas retomadas ata él 665

por ambas partes sus pies y de su arma arponada se ciñe
y el fluente aire, movidos sus talares, hiende.
Gentes innumerables alrededor y debajo había dejado:
de los etíopes los pueblos y los campos cefeos divisa.
Allí, sin ella merecerlo, expiar los castigos de la lengua 670

de su madre a Andrómeda, injusto, había ordenado Amón;
a la cual, una vez que a unos duros arrecifes atados sus brazos
la vio el Abantíada -si no porque una leve brisa le había movido
los cabellos, y de tibio llanto manaban sus luces,
de mármol una obra la habría considerado-, contrae sin él saber unos fuegos 675

y se queda suspendido y, arrebatado por la imagen de la vista hermosura,
casi de agitar se olvidó en el aire sus plumas.
Cuando estuvo de pie: «Oh», dijo, «mujer no digna, de estas cadenas,
sino de esas con las que entre sí se unen los deseosos amantes,
revélame, que te lo pregunto, el nombre de tu tierra y el tuyo 680

y por qué ataduras llevas». Primero calla ella y no se atreve
a dirigirse a un hombre, una virgen, y con sus manos su modesto
rostro habría tapado si no atada hubiera estado;
sus luces, lo que pudo, de lágrimas llenó brotadas.
Al que más veces la instaba, para que delitos suyos confesar 685

no pareciera que ella no quería, el nombre de su tierra y el suyo,
y cuánta fuera la arrogancia de la materna hermosura
revela, y todavía no recordadas todas las cosas, la onda
resonó, y llegando un monstruo por el inmenso ponto
se eleva sobre él y ancha superficie bajo su pecho ocupa. 690

Grita la virgen: su genitor lúgubre, y a la vez
su madre está allí, ambos desgraciados, pero más justamente ella,
y no consigo auxilio sino, dignos del momento, sus llantos
y golpes de pecho llevan y en el cuerpo atado están prendidos,
cuando así el huésped dice: «De lágrimas largos tiempos 695

quedar a vosotros podrían; para ayuda prestarle breve la hora es.
A ella yo, si la pidiera, Perseo, de Júpiter nacido y de aquélla
a la que encerrada llenó Júpiter con fecundo oro,
de la Górgona de cabellos de serpiente, Perseo, el vencedor, y el que sus alas
batiendo osa ir a través de las etéreas auras, 700

sería preferido a todos ciertamente como yerno; añadir a tan grandes
dotes también el mérito, favorézcanme sólo los dioses, intento:
que mía sea salvada por mi virtud, con vosotros acuerdo».
Aceptan su ley -pues quién lo dudaría- y suplican
y prometen encima un reino como dote los padres. 705

He aquí que igual que una nave con su antepuesto espolón lanzada
surca las aguas, de los jóvenes por los sudorosos brazos movida:
así la fiera, dividiendo las ondas al empuje de su pecho,
tanto distaba de los riscos cuanto una baleárica honda,
girado el plomo, puede atravesar de medio cielo, 710

cuando súbitamente el joven, con sus pies la tierra repelida,
arduo hacia las nubes salió: cuando de la superficie en lo alto
la sombra del varón avistada fue, en la avistada sombra la fiera se ensaña,
y como de Júpiter el ave, cuando en el vacío campo vio,
ofreciendo a Febo sus lívidas espaldas, un reptil, 715

se apodera de él vuelto, y para que no retuerza su salvaje boca,
en sus escamosas cervices clava sus ávidas uñas,
así, en rápido vuelo lanzándose en picado por el vacío,
las espaldas de la fiera oprime, y de ella, bramante, en su diestro ijar
el Ináquida su hierro hasta su curvo arpón hundió. 720

Por su herida grave dañada, ora sublime a las auras
se levanta, ora se somete a las aguas, ora al modo de un feroz jabalí
se revuelve, al que el tropel de los perros alrededor sonando aterra.
Él los ávidos mordiscos con sus veloces alas rehúye
y por donde acceso le da, ahora sus espaldas, de cóncavas conchas por encima sembradas, 725

ahora de sus lomos las costillas, ahora por donde su tenuísima cola
acaba en pez, con su espada en forma de hoz, hiere.
El monstruo, con bermellón sangre mezclados, oleajes
de su boca vomita; se mojaron, pesadas por la aspersión, sus plumas,
y no en sus embebidos talares más allá Perseo osando 730

confiar, divisó un risco que con lo alto de su vértice
de las quietas aguas emerge: se cubre con el mar movido.
Apoyado en él y de la peña sosteniendo las crestas primeras con su izquierda,
tres veces, cuatro veces pasó por sus ijares, una y otra vez buscados, su hierro.
Los litorales el aplauso y el clamor llenaron, y las superiores 735

moradas de los dioses: gozan y a su yerno saludan
y auxilio de su casa y su salvador le confiesan
Casíope y Cefeo, el padre; liberada de sus cadenas
avanza la virgen, precio y causa de su trabajo.
Él sus manos vencedoras agua cogiendo lustra, 740

y con la dura arena para no dañar la serpentífera cabeza,
mulle la tierra con hojas y, nacidas bajo la superficie, unas ramas
tiende, y les impone de la Forcínide Medusa la cabeza.
La rama reciente, todavía viva, con su bebedora médula
fuerza arrebató del portento y al tacto se endureció de él 745

y percibió un nuevo rigor en sus ramas y fronda.
Mas del piélago las ninfas ese hecho admirable ensayan
en muchas ramas, y de que lo mismo acontezca gozan,
y las simientes de aquéllas iteran lanzadas por las ondas:
ahora también en los corales la misma naturaleza permaneció, 750

que dureza obtengan del aire que tocan, y lo que
mimbre en la superficie era, se haga, sobre la superficie, roca.
Para dioses tres él otros tantos fuegos de césped pone;
el izquierdo para Mercurio, el diestro para ti, belicosa virgen,
el ara de Júpiter la central es; se inmola una vaca a Minerva, 755

al de pies alados un novillo, un toro a ti, supremo de los dioses.
En seguida a Andrómeda, sin dote, y las recompensas de tan gran
proeza arrebata: sus teas Himeneo y Amor
delante agitan, de largos aromas se sacian los fuegos
y guirnaldas penden de los techos, y por todos lados liras 760

y tibia y cantos, del ánimo alegre felices
argumentos, suenan; desatrancadas sus puertas los áureos
atrios todos quedan abiertos, y con bello aparato instruidos
los cefenios próceres entran en los convites del rey.
Después de que, acabados los banquetes, con el regalo de un generoso baco 765

expandieron sus ánimos, por el cultivo y el hábito de esos lugares
pregunta el Abantíada; al que preguntaba en seguida el único
[narra el Lincida las costumbres y los hábitos de sus hombres];
el cual, una vez lo hubo instruido: «Ahora, oh valerosísimo», dijo,
«di, te lo suplico, Perseo, con cuánta virtud y por qué 770

artes arrebataste la cabeza crinada de dragones». [1]

[1] Ovidio. Metamorfosis Alianza Pag 93

ENDIMIÓN 2007


Aprovechaos de la juvenil edad que se desliza silen­ciosa, porque la siguiente será menos feliz que la primera. Yo he visto florecer las violetas en medio del matorral, y recogí las flores de mi corona entre los abrojos de la maleza. Pronto llegará el día en que ya vieja, tú, que hoy rechazas al amante, pases muerta de frío las noches solitarias, y ni los preten­dientes rivales quebrantarán tu puerta con sus riñas nocturnas, ni al amanecer hallarás las rosas esparci­das en tu umbral. ¡Desgraciado de mí!, ¡cuán presto las arrugas afean el semblante, y desaparece el color sonrosado que pinta las mejillas! Esas canas que juras tener desde la niñez, se aprestan a blanquear súbitamente toda tu cabeza. La serpiente se rejuve­nece cambiando de piel, lo mismo, que el ciervo despojándose de su cornamenta; a nosotros nada nos compensa de las dotes perdidas. Apresúrate a coger la rosa; pues si tú no la coges, caerá torpe­mente marchita. Añádase a esto que los partos abrevian la juven­tud, como a fuerza de producir se esterilizan los campos. Luna, no te ruborices de visitar a Endi­mión en el monte Latinos


V. 83. Latmius Endimion. -El arrogante Endimión dormía con sueño no interrumpido sobre el monte Latmos de Caria; la Luna lo vió, y hechizada por su gentil apostura, descendió del cielo, le abraza efusi­vamente y reposa junto a él, persuadiendo a los mortales de que no era tan helada como se presumía la condición de la reina de la noche.[1]
[1] Ovidio, Ars Amandi. Biblioteca interactiva Cervantes. Pag85 y 120

CALISTO O LA ESPERANZA 2008


Calisto y Júpiter



Mas el padre omnipotente las ingentes murallas del cielo
rodea y que no haya algo vacilante, por las fuerzas del fuego
derruido, explora. Las cuales, después de que firmes y con su reciedumbre
propia que están ve, las tierras y los trabajos de los hombres
indaga. El de la Arcadia suya, aun así, es su más precioso 405

cuidado, y sus fontanas y, las que todavía no osaban bajar,
sus corrientes restituye, da a la tierra gramas, frondas
a los árboles, y ordena retoñar, lastimadas, a las espesuras.
Mientras vuelve y va incesante, en una virgen nonacrina
quedó prendido, y encajados caldearon bajo sus huesos unos fuegos. 410

No era de ella obra la lana mullir tirando,
ni de disposición variar los cabellos: cuando un broche su vestido,
una cinta sujetara blanca sus descuidados cabellos,
y ora en la mano una leve jabalina, ora tomara el arco,
un soldado era de Febe, y no al Ménalo alcanzó alguna 415

más grata que ella a Trivia. Pero ninguna potencia larga es.
Más allá de medio su espacio el sol alto ocupaba,
cuando alcanza ella un bosque que ninguna edad había cortado.
Despojó aquí su hombro de su aljaba y los flexibles arcos
destensó, y en el suelo, que cubriera la hierba, yacía, 420

y su pinta aljaba, con su cuello puesto, hundía.
Júpiter cuando la vio, cansada y de custodia libre:
«Este hurto, ciertamente, la esposa mía no sabrá», dice,
«o si lo vuelve a saber, son, oh, son unas disputas por tanto...».
Al punto se viste de la faz y el culto de Diana 425

y dice: «Oh, de las acompañantes mías, virgen, parte única,
¿en qué sierras has cazado?». Del césped la virgen
se eleva y: «Salud, numen a mi juicio», dijo,
«aunque lo oiga él mismo, mayor que Júpiter». Ríe y oye,
y de que a él, a sí mismo, se prefiera se goza y besos le une 430

ni moderados bastante, ni que así una virgen deba dar.
En qué espesura cazado hubiera a la que a narrar se disponía,
la impide él con su abrazo, y no sin crimen se delata.
Ella, ciertamente, en contra, cuanto, sólo una mujer, pudiera
-ojalá lo contemplaras, Saturnia, más compasiva serías-, 435

ella, ciertamente, lucha, pero ¿a quién vencer una muchacha,
o quién a Júpiter podría? Al éter de los altísimos acude vencedor
Júpiter: para ella causa de odio el bosque es y la cómplice espesura,
de donde, su pie al retirar, casi se olvidó de coger
su aljaba con las flechas y, que había suspendido, su arco. 440

He aquí que de su coro acompañada Dictina por el alto
Ménalo entrando, y de su matanza orgullosa de fieras,
la vio a ella y vista la llama: llamada ella rehúye
y temió a lo primero que Júpiter estuviera en ella,
pero después de que al par a las ninfas avanzar vio, 445

sintió que no había engaños y al número accedió de ellas.
Ay, qué difícil es el crimen no delatar con el rostro.
Apenas los ojos levanta de la tierra, y no, como antes solía,
junta de la diosa al costado está, ni de todo es el grupo la primera,
sino que calla y da signos con su rubor de su lastimado pudor 450

y, salvo porque virgen es, podría sentir Diana
en mil señales su culpa -las ninfas que lo notaron refieren-.
En su orbe noveno resurgían de la luna cuernos,
cuando la diosa, de la cacería bajo las fraternas llamas lánguida,
alcanzado había un bosque helado desde el que con su murmullo bajando 455

iba, y sus trilladas arenas viraba un río;
cuando esos lugares alabó, lo alto con el pie tocó de sus ondas.
Ellas también alabadas, «Lejos queda», dijo, «árbitro todo;
desnudos, sumergidos en las linfas bañemos nuestros cuerpos».
La Parráside rojeció; todas sus velos dejan; 460

una demoras busca; a la que dudaba su vestido quitado le es,
el cual dejado, se hizo patente, con su desnudo cuerpo, su delito.
A ella, atónita, y con sus manos el útero esconder queriendo:
«Vete lejos de aquí», le dijo Cintia, «y estas sagradas fontanas
no mancilles», y de su unión le ordenó separarse. 465

Había sentido esto hacía tiempo la matrona del gran Tonante,
y había diferido, graves, hasta idóneos tiempos los castigos.
Causa de demora ninguna hay, y ya el niño Árcade -esto mismo
dolió a Juno- había de su rival nacido.
Al cual nada más volvió su salvaje mente junto con su luz: 470

«Claro es que esto también restaba, adúltera», dijo,
«que fecunda fueras y se hiciera tu injuria por tu parto
conocida y del Júpiter mío testimoniado el desdoro fuera.
No impunemente lo harás, puesto que te arrancaré a ti la figura
en la que a ti misma, y en la que complaces, importuna, a nuestro marido», 475

dijo, y de su frente, a ella opuesta, prendiéndole los cabellos,
la postra en el suelo de bruces; tendía sus brazos suplicantes:
sus brazos empezaron a erizarse de negros vellos
y a curvarse sus manos y a crecer en combadas uñas
y el servicio de los pies a cumplir, y alabada un día 480

su cara por Júpiter, a hacerse deforme en una ancha comisura,
y para que sus súplicas los ánimos, y sus palabras suplicantes, no dobleguen,
el poder hablar le es arrebatado: una voz iracunda y amenazante
y llena de terror de su ronca garganta sale.
Su mente antigua le queda -también permaneció en la osa hecha-, 485

y con su asiduo gemido atestiguando sus dolores,
cuales ellas son, sus manos al cielo y a las estrellas alza,
e ingrato a Júpiter, aunque no pueda decirlo, siente.
Ay, cuántas veces, no osando descansar en la sola espesura,
delante de su casa y, otro tiempo suyos, vagó por los campos. 490

Ay, cuántas veces por las rocas los ladridos de los perros la llevaron,
y la cazadora, por el miedo de los cazadores aterrada, huyó.
Muchas veces fieras se escondió al ver, olvidada de qué era,
y, la osa, de ver en los montes osos se horrorizó,
y temió a los lobos, aunque su padre estuviese entre ellos. 495
He aquí que su prole, desconocedor de su Licaonia madre,
Árcade, llega, por tercera vez sus quintos casi cumpleaños pasados,
y mientras fieras persigue, mientras los sotos elige aptos
y de nodosas mallas las espesuras del Erimanto rodea,
cae sobre su madre, la cual se detuvo Árcade al ver 500
y como aquella que lo conociera se quedó. Él rehúye,
y de quien inmóviles sus ojos en él sin fin tenía
sin saber tuvo miedo y a quien más cerca avanzar ansiaba
hubiera atravesado el pecho con una heridora flecha.
Lo evitó el omnipotente, y al par a ellos y su abominación 505

contuvo, y, al par, arrebatados por el vacío merced al viento,
los impuso en el cielo, y vecinas estrellas los hizo.
Se inflamó Juno después que entre las estrellas su rival
fulgió, y hasta la cana Tetis descendió a las superficies,
y al Océano viejo, cuya reverencia conmueve 510

a menudo a los dioses, y a aquéllos que la causa de su ruta preguntaban, empieza:
«¿Preguntáis por qué, reina de los dioses, de las etéreas
sedes aquí vengo? En vez de mí tiene otra el cielo.
Miento si cuando oscuro la noche haya hecho el orbe,
recién honoradas -mis heridas- con el supremo cielo, 515

no vierais unas estrellas allí, donde el círculo último,
por su espacio el más breve, el eje postrero rodea.
¿Hay en verdad razón por que alguien a Juno herir no quiera,
y ofendida le trema, la que sola beneficio daño haciendo?
¡Oh, yo, qué cosa grande he hecho! ¡Cuán vasta la potencia nuestra es! 520

Ser humana le veté: hecho se ha diosa. Así yo los castigos
a los culpables impongo, así es mi gran potestad.
Que le reclame su antigua hermosura y los rasgos ferinos
le detraiga, lo cual antes en la argólica Forónide hizo.
¿Por qué no también, echada Juno, se la lleva 525

y la coloca en mi tálamo y por suegro a Licaón toma?
Mas vosotros, si os mueve el desprecio de vuestra herida ahijada,
del abismo azul prohibid a los Siete Triones,
y esas estrellas, en el cielo en pago de un estupro recibidas,
rechazad, para que no se bañe en la superficie pura una rival». 530

Los dioses del mar habían asentido: en su manejable carro la Saturnia
ingresa en el fluente éter con sus pavones pintados. [1]

[1] Ovidio Metamorfosis Alianza, pag33