
Aracne
Había prestado a relatos tales la Tritonia oídos,
y las canciones de las Aónides y su justa ira había aprobado.
Entonces, entre sí: «Alabar poco es: seamos alabadas también nos misma
y los númenes nuestros que sean despreciados sin castigo no permitamos».
Y de la meonia Aracne a los hados su ánimo dirige, 5
la cual, que a ella no cedía en sus alabanzas en el arte de hacer la lana,
había oído. No ella por su lugar ni por el origen de su familia
ilustre, sino por su arte fue; el padre suyo, el colofonio Idmón,
con focaico múrice teñía las bebedoras lanas;
había muerto su madre, pero también ella de la plebe, a su marido 10
igual, había sido; aun así ella por las lidias ciudades
se había buscado con su ejercicio un nombre memorable, aunque
surgida de una casa pequeña, y en la pequeña habitaba Hipepa.
De ella la obra admirable para contemplar, a menudo
abandonaron las ninfas los viñedos de su Timolo, 15
abandonaron las ninfas Pactólides sus propias aguas.
Y no hechos sólo los vestidos contemplar agradaba;
entonces también, mientras se hacían: tanto decor acompañaba a su arte,
bien si la ruda lana aglomeraba en los primeros círculos
o ya si con los dedos hacía subir la obra y, buscados largo trecho, 20
unos vellones ablandaba que igualaban a las nubes,
o si con ligero pulgar giraba el pulido huso,
o si cosía a aguja; la sabrías por Palas instruida,
lo cual, aun así, ella niega, y de tan gran maestra ofendida:
«Compita», dice, «conmigo: nada hay que yo vencida rehúse». 25
Palas una vieja simula, y falsas canas en las sienes
se añade y unos infirmes miembros con un bastón también sostiene.
Entonces así comenzó a hablar: «No todas las cosas la más avanzada edad
que debamos huir tiene; viene la experiencia de los tardíos años.
El consejo no desprecia mío. Tú la fama has de buscar 30
máxima de hacer entre los mortales lana;
cede ante la diosa y perdón por tus palabras, temeraria,
con suplicante voz ruega; su perdón dará ella a quien lo ruega».
La contempla a ella, y con torvo semblante los emprendidos hilos deja
y apenas su mano conteniendo y confesando en tal semblante su ira 35
con tales palabras replicó a la oscura Palas:
«De tu razón privada y por tu larga vejez vienes acabada,
y demasiado largo tiempo haber vivido te hace mal. Las oiga,
si tú una nuera tienes, si tienes tú una hija, esas palabras.
Consejo bastante tengo en mí yo, y advirtiéndome 40
útil haberme sido no creas: la misma es la opinión nuestra.
¿Por qué no ella misma viene? ¿Por qué estos certámenes evita?».
Entonces la diosa: «Ha venido», dice, y de su figura se despojó de vieja
y a Palas exhibió. Reverencian sus númenes las ninfas
y las migdónides nueras; sola quedó no aterrada esta virgen, 45
pero aun así se sonrojó y, súbito, su involuntaria cara
señaló un rubor, y de nuevo se desvaneció, como suele el aire
purpúreo hacerse en cuanto la Aurora se mueve,
y breve tiempo después encandecerse, del sol al nacimiento.
Persiste en su empresa y de una estúpida palma por el deseo 50
a sus propios hados se lanza, pues tampoco de Júpiter la nacida rehúsa
ni le advierte más allá ni ya los certámenes difiere.
Sin demora se colocan en opuestas partes ambas
y con grácil urdimbre tensan parejas telas:
la tela al yugo unido se ha, la caña divide la urdimbre, 55
se insertan en mitad de la trama los radios agudos,
la cual los dedos desenredan y, entre las urdimbres metida,
los entallados dientes la nivelan del peine al golpear.
Ambas se apresuran y, ceñidos al pecho sus vestidos,
sus brazos doctos mueven mientras el celo engaña a la fatiga. 60
Por allí, esa púrpura que sintió al caldero tirio
se teje, y también tenues sombras de pequeño matiz,
cual suele el Arco, los soles por la lluvia al ser atravesados,
manchar con su ingente curvatura el largo cielo,
en el cual, diversos aunque brillen mil colores, 65
su tránsito mismo, aun así, a los ojos que lo contemplan engaña:
hasta tal punto los que se tocan lo mismo son, sin embargo los últimos distan.
Por allí también dúctil en los hilos se entremete el oro,
y un viejo argumento a las telas se lleva.
Palas la peña de Marte en el cecropio recinto 70
pinta, y la antigua lid sobre el nombre de esa tierra.
Una docena de celestiales, con Júpiter en medio, en sus sedes altas
con augusta gravedad están sentados; su faz a cada uno
de los dioses lo inscribe: la de Júpiter es una regia imagen;
apostado hace que el dios del piélago esté, y que con su largo 75
tridente hiera unas ásperas rocas y que de la mitad de la herida de la roca
brote un estrecho, prenda con la que pueda reclamar la ciudad;
mas a sí misma se da el escudo, se da de aguda cúspide el astil,
se da la gálea para su cabeza, se defiende con la égida el pecho,
y, golpeada de su cúspide, simula que la tierra 80
produce, con sus bayas, la cría de la caneciente oliva,
y que lo admiran los dioses; de su obra la Victoria es el fin.
Aun así, para que con ejemplos entienda la émula de su gloria
qué premio ha de esperar por una osadía tan de una furia,
por sus cuatro partes certámenes cuatro añade, 85
claros por el color suyo, por sus breves figurillas distinguidas.
A la tracia Ródope contiene el ángulo uno, y a su Hemo,
ahora helados montes, mortales cuerpos un día,
que los nombres de los supremos dioses a sí mismos se atribuyeron.
La otra parte tiene el hado lamentable de la pigmea 90
madre; a ella Juno, vencida en certamen, le mandó
ser grulla y a los pueblos suyos declarar la guerra.
Pintó también a Antígona, la que osó contender un día
con la consorte del gran Júpiter, a la cual la regia Juno
en ave convirtió, y no le fue de provecho Ilión a ella, 95
o Laomedonte su padre, para que, cándida con sus adoptadas alas,
no a sí misma se aplauda ella, con su crepitante pico, la cigüeña.
El que queda único, a Cíniras tiene ese ángulo, huérfano,
y él, los peldaños del templo -de las nacidas suyas los miembros-
abrazando y en esta roca yacente, llorar parece. 100
Rodea las extremas orillas con olivos de la paz
-esta la medida justa es- y de la obra suya hace con su árbol el término.
La Meónide a la engañada representa por la imagen de un toro,
a Europa. Verdadero el toro, los estrechos verdaderos creerías.
Ella misma parecía las tierras abandonadas contemplar 105
y a sus acompañantes clamar y el contacto temer
del agua que hacia ella saltaba y sus temerosas plantas querer retornar.
Hizo también que Asterie por un águila luchadora fuera sostenida,
hizo que de un cisne Leda se acostara bajo las alas.
Añadió cómo de un sátiro escondido en la imagen, a la bella 110
Nicteide Júpiter llenara de un gemelo parto,
Anfitrión fuera cuando a ti, Tirintia, te cautivó,
cómo áureo a Dánae, a la Esópide engañara siendo fuego,
a Mnemósine pastor, a la Deoide variegada serpiente.
A ti también, mutado, Neptuno, en torvo novillo, 115
en la virgen eolia te puso; tú pareciendo Enipeo
engendras a los Aloidas, carnero a la Bisáltide engañas,
y la flava de cabellos, de los frutos la suavísima madre,
te sintió caballo, te sintió volador la de melena de culebras,
madre del caballo volador, te sintió delfín Melanto. 120
A todos estos la faz suya y la faz de sus lugares
devolvió. Está allí, agreste en su imagen Febo,
y cómo ora de azor alas, ora lomos de león
llevara, cómo de pastor a la Macareide Ise burlara,
cómo Líber a Erígone con falsa uva engañara, 125
cómo Saturno de caballo al geminado Quirón creó.
La última parte de la tela, circundada por un tenue limbo,
con néxiles hiedras contiene flores entretejidas.
No en ésta Palas, no en esta obra la Envidia
podría cebarse: se dolió de su éxito la flava guerrera 130
y rompió las pintadas -celestiales delitos- vestes,
y tal como el radio del citoríaco monte sostenía,
tres, cuatro veces la frente golpeó de la Idmonia Aracne.
No lo soportó la infeliz y con un lazo, ardida, se ligó
su garganta: a la que así colgaba, Palas compadecida la alivió 135
y así: «Vive pues, pero cuelga, aun así, malvada» dijo,
«y esta ley misma de tu castigo, para que no estés libre de inquietud en el futuro,
declarada para tu descendencia y tus tardíos nietos sea».
Después de eso, cuando se marchaba, con jugos de la hierba de Hécate
la asperjó: y al instante, por la triste droga tocados, 140
se derramaron sus pelos, con los cuales también su nariz y sus orejas,
y se hace su cabeza mínima; en todo su cuerpo también pequeña es,
en su costado sus descarnados dedos, en vez de piernas se adhieren,
el resto el vientre lo ocupa, del cual, aun así, ella remite
una urdimbre y sus antiguas telas trabaja, la araña. 145 [1]
[1] Ovidio. Metamorfosis. Libro sexto. Biblioteca virtual Cervantes