DÉDALO 2009



Dédalo e Ícaro


Dédalo entre tanto, por Creta y su largo exilio
lleno de odio, y tocado por el amor de su lugar natal,
encerrado estaba en el piélago. «Aunque tierras», dice, «y ondas 185

me oponga, mas el cielo ciertamente se abre; iremos por allá.
Todo que posea, no posee el aire Minos».
Dijo y su ánimo remite a unas ignotas artes
y la naturaleza innova. Pues pone en orden unas plumas,
por la menor empezadas, a una larga una más breve siguiendo, 190

de modo que en pendiente que habían crecido pienses: así la rústica fístula
un día paulatinamente surge, con sus dispares avenas.
Luego con lino las de en medio, con ceras aliga las de más abajo,
y así, compuestas en una pequeña curvatura, las dobla
para que a verdaderas aves imite. El niño Ícaro a una 195

estaba, e ignorando que trataban sus propios peligros,
ora con cara brillante, las que la vagarosa aura había movido,
intentaba apoderarse de esas plumas, ora la flava cera con el pulgar
mullía, y con el juego suyo la admirable obra
de su padre impedía. Después que la mano última a su empresa 200

impuesto se hubo, su artesano balanceó en sus gemelas alas
su propio cuerpo, y en el aura por él movida quedó suspendido.
Instruye también a su nacido y: «Por la mitad de la senda que corras,
Ícaro», dice, «te advierto, para que no, si más abatido irás,
la onda grave tus plumas, si más elevado, el fuego las abrase. 205

Entre lo uno y lo otro vuela, y que no mires el Boyero
o la Ursa te mando, y la empuñada de Orión espada.
Conmigo de guía coge el camino». Al par los preceptos del volar
le entrega y desconocidas para sus hombros le acomoda las alas.
Entre esta obra y los consejos, su mejillas se mojaron de anciano, 210

y sus manos paternas le temblaron. Dio unos besos al nacido suyo
que de nuevo no había de repetir, y con sus alas elevado
delante vuela y por su acompañante teme, como la pájara que desde el alto,
a su tierna prole ha empujado a los aires, del nido,
y les exhorta a seguirla e instruye en las dañinas artes. 215

También mueve él las suyas, y las alas de su nacido se vuelve para mirar.
A ellos alguno, mientras intenta capturar con su trémula caña unos peces,
o un pastor con su cayado, o en su esteva apoyado un arador,
los vio y quedó suspendido, y los que el éter coger podían
creyó que eran dioses. Y ya la junonia Samos 220

por la izquierda parte -habían sido Delos y Paros abandonadas-,
diestra Lebinto estaba, y fecunda en miel Calimna,
cuando el niño empezó a gozar de una audaz voladura
y abandonó a su guía y por el deseo de cielo arrastrado
más alto hizo su camino: del robador sol la vecindad 225

mulló-de las plumas sujeción- las perfumadas ceras.
Se habían deshecho esas ceras. Desnudos agita el los brazos,
y de remeros carente, no percibe auras algunas
y su boca, el paterno nombre gritando, azul
la recoge un agua que el nombre saca de él. 230

Mas el padre infeliz, y no ya padre: «¡Ícaro!», dijo,
«¡Ícaro!», dijo, «¿Dónde estás? ¿Por qué región a ti he de buscarte?
¡Ícaro!», decía. Las plumas divisó en las ondas,
y maldijo sus propias artes, y su cuerpo en un sepulcro
encerró, también tierra por el nombre dicha del sepultado. 235