CALISTO O LA ESPERANZA 2008


Calisto y Júpiter



Mas el padre omnipotente las ingentes murallas del cielo
rodea y que no haya algo vacilante, por las fuerzas del fuego
derruido, explora. Las cuales, después de que firmes y con su reciedumbre
propia que están ve, las tierras y los trabajos de los hombres
indaga. El de la Arcadia suya, aun así, es su más precioso 405

cuidado, y sus fontanas y, las que todavía no osaban bajar,
sus corrientes restituye, da a la tierra gramas, frondas
a los árboles, y ordena retoñar, lastimadas, a las espesuras.
Mientras vuelve y va incesante, en una virgen nonacrina
quedó prendido, y encajados caldearon bajo sus huesos unos fuegos. 410

No era de ella obra la lana mullir tirando,
ni de disposición variar los cabellos: cuando un broche su vestido,
una cinta sujetara blanca sus descuidados cabellos,
y ora en la mano una leve jabalina, ora tomara el arco,
un soldado era de Febe, y no al Ménalo alcanzó alguna 415

más grata que ella a Trivia. Pero ninguna potencia larga es.
Más allá de medio su espacio el sol alto ocupaba,
cuando alcanza ella un bosque que ninguna edad había cortado.
Despojó aquí su hombro de su aljaba y los flexibles arcos
destensó, y en el suelo, que cubriera la hierba, yacía, 420

y su pinta aljaba, con su cuello puesto, hundía.
Júpiter cuando la vio, cansada y de custodia libre:
«Este hurto, ciertamente, la esposa mía no sabrá», dice,
«o si lo vuelve a saber, son, oh, son unas disputas por tanto...».
Al punto se viste de la faz y el culto de Diana 425

y dice: «Oh, de las acompañantes mías, virgen, parte única,
¿en qué sierras has cazado?». Del césped la virgen
se eleva y: «Salud, numen a mi juicio», dijo,
«aunque lo oiga él mismo, mayor que Júpiter». Ríe y oye,
y de que a él, a sí mismo, se prefiera se goza y besos le une 430

ni moderados bastante, ni que así una virgen deba dar.
En qué espesura cazado hubiera a la que a narrar se disponía,
la impide él con su abrazo, y no sin crimen se delata.
Ella, ciertamente, en contra, cuanto, sólo una mujer, pudiera
-ojalá lo contemplaras, Saturnia, más compasiva serías-, 435

ella, ciertamente, lucha, pero ¿a quién vencer una muchacha,
o quién a Júpiter podría? Al éter de los altísimos acude vencedor
Júpiter: para ella causa de odio el bosque es y la cómplice espesura,
de donde, su pie al retirar, casi se olvidó de coger
su aljaba con las flechas y, que había suspendido, su arco. 440

He aquí que de su coro acompañada Dictina por el alto
Ménalo entrando, y de su matanza orgullosa de fieras,
la vio a ella y vista la llama: llamada ella rehúye
y temió a lo primero que Júpiter estuviera en ella,
pero después de que al par a las ninfas avanzar vio, 445

sintió que no había engaños y al número accedió de ellas.
Ay, qué difícil es el crimen no delatar con el rostro.
Apenas los ojos levanta de la tierra, y no, como antes solía,
junta de la diosa al costado está, ni de todo es el grupo la primera,
sino que calla y da signos con su rubor de su lastimado pudor 450

y, salvo porque virgen es, podría sentir Diana
en mil señales su culpa -las ninfas que lo notaron refieren-.
En su orbe noveno resurgían de la luna cuernos,
cuando la diosa, de la cacería bajo las fraternas llamas lánguida,
alcanzado había un bosque helado desde el que con su murmullo bajando 455

iba, y sus trilladas arenas viraba un río;
cuando esos lugares alabó, lo alto con el pie tocó de sus ondas.
Ellas también alabadas, «Lejos queda», dijo, «árbitro todo;
desnudos, sumergidos en las linfas bañemos nuestros cuerpos».
La Parráside rojeció; todas sus velos dejan; 460

una demoras busca; a la que dudaba su vestido quitado le es,
el cual dejado, se hizo patente, con su desnudo cuerpo, su delito.
A ella, atónita, y con sus manos el útero esconder queriendo:
«Vete lejos de aquí», le dijo Cintia, «y estas sagradas fontanas
no mancilles», y de su unión le ordenó separarse. 465

Había sentido esto hacía tiempo la matrona del gran Tonante,
y había diferido, graves, hasta idóneos tiempos los castigos.
Causa de demora ninguna hay, y ya el niño Árcade -esto mismo
dolió a Juno- había de su rival nacido.
Al cual nada más volvió su salvaje mente junto con su luz: 470

«Claro es que esto también restaba, adúltera», dijo,
«que fecunda fueras y se hiciera tu injuria por tu parto
conocida y del Júpiter mío testimoniado el desdoro fuera.
No impunemente lo harás, puesto que te arrancaré a ti la figura
en la que a ti misma, y en la que complaces, importuna, a nuestro marido», 475

dijo, y de su frente, a ella opuesta, prendiéndole los cabellos,
la postra en el suelo de bruces; tendía sus brazos suplicantes:
sus brazos empezaron a erizarse de negros vellos
y a curvarse sus manos y a crecer en combadas uñas
y el servicio de los pies a cumplir, y alabada un día 480

su cara por Júpiter, a hacerse deforme en una ancha comisura,
y para que sus súplicas los ánimos, y sus palabras suplicantes, no dobleguen,
el poder hablar le es arrebatado: una voz iracunda y amenazante
y llena de terror de su ronca garganta sale.
Su mente antigua le queda -también permaneció en la osa hecha-, 485

y con su asiduo gemido atestiguando sus dolores,
cuales ellas son, sus manos al cielo y a las estrellas alza,
e ingrato a Júpiter, aunque no pueda decirlo, siente.
Ay, cuántas veces, no osando descansar en la sola espesura,
delante de su casa y, otro tiempo suyos, vagó por los campos. 490

Ay, cuántas veces por las rocas los ladridos de los perros la llevaron,
y la cazadora, por el miedo de los cazadores aterrada, huyó.
Muchas veces fieras se escondió al ver, olvidada de qué era,
y, la osa, de ver en los montes osos se horrorizó,
y temió a los lobos, aunque su padre estuviese entre ellos. 495
He aquí que su prole, desconocedor de su Licaonia madre,
Árcade, llega, por tercera vez sus quintos casi cumpleaños pasados,
y mientras fieras persigue, mientras los sotos elige aptos
y de nodosas mallas las espesuras del Erimanto rodea,
cae sobre su madre, la cual se detuvo Árcade al ver 500
y como aquella que lo conociera se quedó. Él rehúye,
y de quien inmóviles sus ojos en él sin fin tenía
sin saber tuvo miedo y a quien más cerca avanzar ansiaba
hubiera atravesado el pecho con una heridora flecha.
Lo evitó el omnipotente, y al par a ellos y su abominación 505

contuvo, y, al par, arrebatados por el vacío merced al viento,
los impuso en el cielo, y vecinas estrellas los hizo.
Se inflamó Juno después que entre las estrellas su rival
fulgió, y hasta la cana Tetis descendió a las superficies,
y al Océano viejo, cuya reverencia conmueve 510

a menudo a los dioses, y a aquéllos que la causa de su ruta preguntaban, empieza:
«¿Preguntáis por qué, reina de los dioses, de las etéreas
sedes aquí vengo? En vez de mí tiene otra el cielo.
Miento si cuando oscuro la noche haya hecho el orbe,
recién honoradas -mis heridas- con el supremo cielo, 515

no vierais unas estrellas allí, donde el círculo último,
por su espacio el más breve, el eje postrero rodea.
¿Hay en verdad razón por que alguien a Juno herir no quiera,
y ofendida le trema, la que sola beneficio daño haciendo?
¡Oh, yo, qué cosa grande he hecho! ¡Cuán vasta la potencia nuestra es! 520

Ser humana le veté: hecho se ha diosa. Así yo los castigos
a los culpables impongo, así es mi gran potestad.
Que le reclame su antigua hermosura y los rasgos ferinos
le detraiga, lo cual antes en la argólica Forónide hizo.
¿Por qué no también, echada Juno, se la lleva 525

y la coloca en mi tálamo y por suegro a Licaón toma?
Mas vosotros, si os mueve el desprecio de vuestra herida ahijada,
del abismo azul prohibid a los Siete Triones,
y esas estrellas, en el cielo en pago de un estupro recibidas,
rechazad, para que no se bañe en la superficie pura una rival». 530

Los dioses del mar habían asentido: en su manejable carro la Saturnia
ingresa en el fluente éter con sus pavones pintados. [1]

[1] Ovidio Metamorfosis Alianza, pag33